Publication Date: 20-10-2023
La guerra civil que afecta a Yemen desde 2015 no puede ni debe entenderse sino a través del contexto regional y de la añeja pugna entre sus dos grandes potencias, es decir Arabia Saudí e Irán. El inicio de conversaciones entre Riad y Teherán en abril de este año, gracias a la intermediación de Pekín, pone sobre la mesa no sólo la normalización de relaciones diplomáticas entre los dos países de más peso político en Oriente Medio, sino también, la posibilidad real de poner punto final al cruento conflicto armado que desde hace casi nueve años desangra a la nación de la reina de Saba.
Cuando en enero de 2021 los aires de la malhadadamente llamada Primavera Árabe llegaron procedentes de Túnez y El Cairo al golfo de Adén, soplando contundentes por entre las colinas que rodean la milenaria arquitectura de ladrillo y basalto de la capital yemení de Saná, resultó evidente que el estatus quo en el país de la península arábiga estaba a punto de cambiar de forma radical. Tras casi un año de protestas masivas como no se habían presenciado desde la reunificación de Yemen en 1990, el presidente Ali Abdullah Saleh renunció a su cargo en febrero de 2012, tras tres décadas en el poder.
La renuncia de Saleh, el descontento social que la provocó, agravado por un año de enfrentamientos entre fuerzas gubernamentales y manifestantes en las calles de las principales ciudades del país, e indicadores económicos, educativos y sanitarios adversos, reavivaron un tribalismo dormido, aunque inherente, al tejido social yemení, prendiendo a su vez la llama de lo que a partir de 2015 se convertiría en una nueva guerra civil con la toma de Saná por parte de la facción rebelde chií de los hutíes, quienes exigieron la renuncia del gobierno de transición establecido tras la partida de Saleh.
La transformación del conflicto yemení en una guerra subsidiaria entre Riad y Teherán no se hizo esperar. Irán hizo explícito su apoyo a la insurrección hutí, mientras que Arabia Saudí, en colaboración con los Emiratos Árabes Unidos y Estados Unidos, orquestó una intervención militar para sostener al gobierno suní, expulsado de Saná. A lo largo de casi una década, las pérdidas humanas y materiales han sido devastadoras, sobre todo si tomamos en cuenta que Yemen era incluso antes del inicio de la guerra civil, el país más pobre y menos desarrollado de la península arábiga.
De acuerdo con el informe más reciente de Naciones Unidas, el 60% de las 377,000 muertes registradas en Yemen entre 2015 y el primer cuarto de 2023 están indirectamente vinculadas al conflicto y a la pobreza alimentaria y sanitaria derivadas del mismo. A estas alarmantes cifras hay que agregar los más de 150,000 fallecidos como resultado directo de los enfrentamientos y los cientos de miles de desplazados internos y refugiados que ha provocado la guerra civil yemení, considerada hasta antes de iniciada la ofensiva israelí en Gaza la semana pasada, la mayor tragedia humanitaria de Oriente Medio en lo que va del siglo.
“Yo sólo sueño con poder regresar”, me confesó con la mirada taciturna en mayo de 2021 Abdul, un pescador yemení refugiado en Yibutí mientras conversábamos en las inmediaciones del campo instalado por la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados en la ciudad costera de Obock, al otro lado del golfo de Adén. Ahí llegó junto con sus dos hijos pequeños y tres primos en 2019, huyendo de los incesantes bombardeos saudíes en su pueblo, cuyo perfil se alcanza a ver desde esa otra orilla del Mar Rojo. Junto a Abdul, son muchos los yemeníes esparcidos por medio mundo que quisieran ver terminar la lacerante guerra civil en su país.
Las conversaciones impulsadas durante los últimos meses gracias a la mediación de Omán entre el gobierno suní apoyado por Riad y Abu Dabi y los representantes hutíes en Riad se dan casi de forma paralela al inicio de negociaciones entre Arabia Saudí e Irán, y tras un cese al fuego que a pesar de haber terminado formalmente en octubre de 2022 y no haberse renovado desde entonces ha sido respetado hasta hoy todas las partes. Muestran, además, una luz de esperanza al final del túnel. Esperemos que la misma no sea eclipsada con la oscuridad que ahora se erige sobre Gaza tras los actos terroristas de Hamás contra Israel y la desproporcionada respuesta israelí contra la población civil de la franja palestina. Una oscuridad que parece cernirse también sobre la sonada normalización diplomática entre Riad y Tel Aviv, complementaria a aquella entre saudíes y persas.
@gomezpickering
Diego Gómez Pickering es Escritor, periodista y diplomático. Su libro más reciente es “África, radiografía de un continente” (Taurus, 2023). Gómez Pickering es también asociado y miembro de la Unidad de Estudio y Reflexión de África, Medio Oriente y Sudoeste Asiático del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (COMEXI).
Participación en El Economista