Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales

Última actualización:
2024-05-03 20:43

RWANDA, A 30 AÑOS DEL GENOCIDIO

Fecha Publicación: 08-04-2024

Alrededor de las 8:30 p.m. del 6 de abril de 1994, un estruendo en el cielo sobre Kigali hizo estremecer a la capital de Rwanda. De acuerdo con testigos oculares, la negra noche ecuatorial del país este-africano se iluminó sorpresivamente cuando una enorme bola de fuego cayó de forma estrepitosa, ardiendo, sobre la tierra. “Sin duda, hay un antes y un después…ese día alteró por completo el curso de nuestras vidas”, afirma Alice Nsabimana en la introducción de su libro After All Was Lost (próximo a traducirse al español) en el que hace un recuento personal de la debacle genocida que arrasó a su familia y a su país, al respecto de aquella fatídica velada de primavera en la que el avión que trasladaba a su padre, el general Déogratias Nsabimana, entonces jefe del Estado Mayor del ejército ruandés, fue derribado por dos misiles tierra aire, sin que hasta la fecha se haya esclarecido la responsabilidad del mortal incidente.

En la aeronave, un Dassault Falcon 50 con capacidad para nueve pasajeros y piloteada por una tripulación francesa, también viajaban y perecieron los presidentes de Rwanda, Juvénal Habyarimana, y de Burundi, Cyprien Ntaryamira, así como sus respectivas comitivas, quienes volvían de una ronda de negociaciones en Dar Es Salam con el Frente Patriótico Ruandés (RPF, por sus siglas en inglés), principal grupo opositor, en seguimiento a la implementación de los Acuerdos de Arusha, auspiciados por Naciones Unidas y la vecina Tanzania, que prometían paz a la pequeña y montañosa nación tras casi media década de inestabilidad política. Pies, brazos y cabezas cercenadas, restos de vísceras y mucha sangre, esparcidas en los terrenos donde cayó el avión, como describe Nsabimana en su libro, fueron las primeras escenas que llegaron al mundo del infierno que se desataría durante los siguientes tres meses en Rwanda. Según estimaciones, entre el 7 de abril y el 15 de julio de 1994, entre medio millón y 800 mil ruandeses tutsis, así como hutus y twas, la tercera y poco conocida etnia del país, fueron masacrados. Un genocidio que esta semana cumple 30 años y que, con justa razón, está lejos de haberse olvidado.

Si bien la UNESCO reconoció el año pasado a los sitios memoriales del genocidio ruandés en Nyamata, Murambi, Gisozi y Bisesero como patrimonio mundial de la humanidad, para recalcar la responsabilidad compartida de no olvidar lo ocurrido y evitar a toda costa revivirlo, las heridas abiertas por el enfrentamiento fratricida están lejos de haber cicatrizado. El flujo de dinero e inversiones que llegó a Rwanda tras los trágicos acontecimientos de 1994, en parte por la carga de conciencia del mundo occidental ante la frustrante inacción internacional frente al genocidio, cimentó las bases para que a tres décadas de distancia el país sea, en muchos sentidos, el hijo pródigo del continente. Pero también, de forma cómplice, ante la permisividad de organismos internacionales abocados a los derechos humanos, ha encumbrado a Paul Kagame, otrora líder rebelde y dirigente del RPF, en una autocracia sin contrapesos que persigue a opositores políticos, no permite la libertad de expresión, asesina a líderes sociales, escribe la dolorosa historia genocida a conveniencia, revictimizando a las víctimas indistintamente de su etnia, y encarcela de nuevo a Rwanda, que tanto se regodea de haber liberado, en una prisión que parece no tener salida.

A 30 años del genocidio ruandés que, junto con el perpetrado contra los bosniacos en Srebrenica un año después, trajo consigo lecciones que pareciera no hemos aprendido del todo, no podemos ni debemos de dejar de prestar atención a lo que sucede en África ni tampoco, porque así nos lo exige el continente negro desde sus confines australes, a la acuciante situación que desde hace seis meses tiene a los palestinos de Gaza al borde de la desaparición. Porque no podemos olvidar lo ocurrido, porque debemos evitar a toda costa revivirlo.

Escritor, periodista y diplomático. Investigador senior del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales-COMEXI. Su libro más reciente es “África, radiografía de un continente” (Taurus, 2020).

Este texto fue publicado en el periódico Reforma