Publication Date: 22-10-2019
En el México de las culturas chicana y mexicano-americana en Estados Unidos hay una frase recurrente: “Nosotros no cruzamos la frontera, la frontera nos cruzó a nosotros.” Si bien el dicho hace referencia a aquellas familias que se encontraban en los territorios que México cedió a Estados Unidos con la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo en 1948, la noción de fronteras que se mueven puede tener significados mucho más profundos. Una familia establecida en Texas durante la colonia española pudo ver ondear seis banderas diferentes en ese territorio (España, Francia, México, la República de Texas, los Estados Confederados y Estados Unidos de América). De manera similar, en la rotonda debajo del domo del Capitolio de Kansas se encuentran colgadas 7 banderas que señalan los países de los cuales este estado formó parte en algún momento de su historia (Reino Unido, Francia monárquica, Francia republicana, España, México, República de Texas y Estados Unidos de América).
La frontera de un Estado establece los límites de su soberanía, es decir, el espacio dentro del cual mantiene el control de la población, el territorio y el uso de la fuerza. No obstante, las fronteras no son (nunca han sido) líneas claras e inamovibles marcadas en la tierra. A lo largo de la historia del mundo las fronteras han cambiado, se han movido de manera constante, cruzando a las personas y generando dinámicas sociales y antropológicas por demás interesantes. Se trata de un proceso que, de una manera una otra, continúa vigente, aunque quizá sea menos perceptible.
El mundo globalizado del siglo XXI es comúnmente concebido como un mundo sin fronteras; un mundo de flujos ininterrumpidos que son facilitados por intereses económicos, intercambios comerciales y avances tecnológicos. En el imaginario colectivo, la globalización ha conducido al empequeñecimiento del planeta, impulsado por la intensidad de conexiones e interacciones entre diversos actores en tiempo real. El mundo “sin fronteras” es uno de oportunidades, sustentado en la evolución constante de las tecnologías de la información y comunicación (TIC). Sin embargo, la facilitación de estos flujos parece no estar disponible para todos. El mismo mundo globalizado que con apoyo de diversas tecnologías crea espacios de movilidad, también termina por crear espacios de exclusión que van mucho más allá de los puertos de entrada, sea en aeropuertos o cruces fronterizos.
Ya desde hace algunos años, en la literatura académica sobre el tema se vienen debatiendo nuevos conceptos con importantes implicaciones en materia de control fronterizo, seguridad nacional y política migratoria. Se habla, por ejemplo, de sistemas de control remoto, los cuales incluyen la entrevista consular al momento de solicitar una visa; aun estando lejos (en tiempo y espacio) del cruce fronterizo per se, nos encontramos ante una frontera que terminará por determinar nuestra capacidad de movilidad de un país a otro. Otros mecanismos de control remoto son los acuerdos firmados por la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP) para establecer puntos de inspección y pre-autorización en aeropuertos fuera del territorio estadounidense (la mayoría de ellos en Canadá) que permiten a los pasajeros pasar por los controles migratorios, aduanales y fitosanitarios estadounidenses antes de abordar un vuelo con destino a Estados Unidos. En caso de falta, se restringe el abordaje al pasajero, eliminando las gestiones de repatriación que se tendrían que llevar a cabo en caso de que el control se realizara en un puerto de entrada dentro del territorio de Estados Unidos.
Un segundo concepto, introducido por Louise Amoore en un artículo académico de 2006, es el de la frontera biométrica. Conforme incrementa el uso de tecnología biométrica en los aeropuertos de Estados Unidos y algunos otros países, es posible decir que la frontera se lleva en el cuerpo mismo de las personas, en los rasgos únicos que definen su identidad. Así, defiende la autora, son estos rasgos, y no una demarcación político-geográfica como lo es la frontera, lo que define nuevos criterios de exclusión incluso dentro del territorio de un Estado. La frontera, esa “línea” que divide al “nosotros” del “ustedes,” también se ha desplazado hacia el interior. Pensemos un instante en la colaboración entre autoridades locales de aplicación de la ley en Estados Unidos y las autoridades migratorias; una simple infracción de tránsito puede terminar en un proceso de remoción gracias a la interconexión de tecnología biométrica entre dependencias con objetivos inicialmente disímiles.
Hay otros ejemplos que muestran cómo el desarrollo tecnológico condiciona la noción de frontera, tales como los mecanismos de colaboración público-privada mediante los cuales una persona adquiere un boleto de avión y un algoritmo determina la necesidad de restringir su ingreso a un país o referirlo a instancias de segunda revisión, tras analizar factores como la antelación con la que se realizó la compra, el número de acompañantes, si el viajero es hombre o mujer, si compró boleto sencillo o redondo e, incluso, si realizó alguna solicitud especial de comida. A ello se suman las listas de pasajeros (PNR, por sus siglas en inglés) que las aerolíneas están obligadas a compartir con el Departamento de Seguridad Interna de Estados Unidos previo al aterrizaje del avión en territorio estadounidense. Incluso antes de solicitar formalmente ingreso al territorio, una persona ya ha sido clasificada conforme al nivel de riesgo que representa y el número de controles que deberá pasar antes de ser admitido o retornado, con base en los resultados que arroje un algoritmo al introducir su nombre.
Resulta, pues, que el mundo globalizado del siglo XXI no es uno más pequeño o sin fronteras, sino uno en el que conviven espacios de movilidad y espacios de exclusión. Esta dualidad está determinada por avances tecnológicos y nuevos mecanismos de gestión fronteriza que, muchas veces, operan allende los límites estrictamente geográficos de un Estado o incluso al interior del mismo en lugares alejados de la frontera. La lógica subyacente a estos desarrollos es la de facilitar los flujos e intercambios legítimos (algunos dirían incluso “deseables”) de bienes y personas, a la vez que restringen aquellos flujos irregulares y buscan garantizar la seguridad interna de un territorio y su población. Quizá el ejemplo más tangible de esta dualidad y sus implicaciones en materia de facilitación comercial y políticas de seguridad nacional es la Unión Europea. Los acuerdos supranacionales para la desaparición de las fronteras internas entre los miembros de la UE a la vez que se refuerza una frontera común exterior es todavía un laboratorio de políticas públicas que parece permanecer en la etapa de ensayo y error.
Vale la pena mantener presentes las implicaciones de estas dinámicas en los debates sobre intercambios comerciales, política migratoria y de seguridad nacional. La reflexión en torno a la mera noción de frontera, su alto significado simbólico y la movilidad que ofrecen las nuevas tecnologías se torna fundamental en los debates políticos, académicos y sociales contemporáneos en todas las regiones del mundo. Estas reflexiones, quizá, nos ayuden a aprender a movernos junto con las fronteras y apreciar la manera en la que su función política, social y geográfica se modifica en el cambiante y complejo mundo globalizado del siglo XXI.