Fecha Publicación: 28-04-2025
Después de 15 años de ausencia, caminar los anchos bulevares de la Damasco moderna y las intricadas callejuelas de la ciudad antigua, entre el magro cauce del río Barada y la mirada omnipresente del monte Casiún, produce un sentimiento de familiaridad mezclada con extrañeza. La ciudad capital continuamente habitada más antigua del mundo, con sus miles de años de historia y de historias, sigue siendo la misma de la que me despedí, con pesar, aquella primavera malograda de 2011, pero al mismo tiempo, es una ciudad completamente distinta.
Los regios patios de los palacetes otomanos con sus porches, arcadas y fuentes. El dulce aroma que desprende la flor de azahar al esconderse el sol. La música de Fairuz y de Umm Kulthum.
Sigue leyendo aquí