Fecha Publicación: 07-07-2025
En medio de transformaciones climáticas, regulatorias y productivas, los países centroamericanos se ven ante el reto de adaptar sus sistemas agroalimentarios. La circularidad alimentaria, en este contexto, podría convertirse en una vía estratégica para compatibilizar sostenibilidad, competitividad y comercio internacional.
Nuevas tendencias del comercio internacional
Durante las últimas dos décadas, los acuerdos comerciales se presentaron como impulso al desarrollo de Centroamérica, facilitando la apertura a mercados internacionales y la modernización del sector agroalimentario. Sin embargo, la experiencia ha mostrado efectos colaterales: dependencia de insumos importados, sobreexplotación del suelo, escasez de agua y cadenas de valor que excluyen a pequeños productores.
Hoy, las dinámicas del comercio internacional —incluyendo los procesos de la Organización Mundial del Comercio (OMC)— demandan una mayor coherencia entre desarrollo económico, sostenibilidad ambiental y justicia territorial. Al mismo tiempo, la región enfrenta impactos climáticos severos: sequías prolongadas, inundaciones, pérdida de cobertura forestal y migración rural. Frente a este panorama, la pregunta clave es: ¿cómo rediseñar los sistemas alimentarios centroamericanos sin poner en riesgo su integración comercial?
¿Qué implica la circularidad alimentaria?
Los sistemas alimentarios circulares buscan cerrar ciclos de nutrientes y energía, reducir pérdidas, revalorizar residuos y regenerar ecosistemas locales. Este enfoque rompe con el modelo lineal de producir-exportar-consumir-desechar y promueve una transición hacia la resiliencia territorial y el valor agregado regenerativo.
No obstante, muchos acuerdos comerciales siguen privilegiando economías de escala y exportaciones primarias, sin ofrecer incentivos para prácticas circulares. Las normas sanitarias, los subsidios cruzados y los criterios de acceso a mercados tienden a favorecer modelos productivos intensivos y centralizados, dejando fuera iniciativas sostenibles de pequeña y mediana escala.
Según el PNUMA (2024), el 11.6% de los alimentos producidos en América Latina se pierde o desperdicia, mientras millones de toneladas de residuos agrícolas no se aprovechan. En Centroamérica, este desperdicio representa una oportunidad: esos excedentes podrían convertirse en insumos para biofertilizantes, alimentación animal o nuevas cadenas productivas con identidad territorial.
A su vez, existen grandes desafíos para el sector privado frente a las barreras técnicas que enfrentan los productos diferenciados: aquellos cultivados con prácticas regenerativas o con identidad local. Mientras tanto, Europa avanza con regulaciones sobre deforestación y etiquetado ambiental que pronto dejarán fuera del juego a quienes no se adapten. La región corre el riesgo de quedarse atrapada entre acuerdos desfasados y mercados cada vez más exigentes.
Se considera que adaptarse a la circularidad alimentaria no significa desandar el camino del comercio internacional, sino replantear sus fundamentos e incorporar criterios de economía circular en las próximas rondas de negociación. Se trata de reconocer que ya existen fincas, cooperativas y redes locales que avanzan -casi en silencio- hacia modelos más justos, más humanos y menos desechables. Tal vez el verdadero desarrollo no se mida solo en toneladas exportadas, sino en ciclos que cerramos sin romper vínculos comunitarios ni biodiversidad en el intento.
*La autora es Especialista en Comercio Agroalimentario. Asociada COMEXI y miembro de la Unidad de Estudio y Reflexión de Mesoamérica.
Participación en El Economista