Fecha Publicación: 10-07-2025
En 1978 Sciences Po publicó Des élections pas comme les autres, de Juan Linz, Alain Rouquié y Guy Hermet, que el Fondo de Cultura Económica tradujo como ¿Para qué sirven las elecciones? (1980).
Los autores, connotados politólogos, sostenían que las elecciones eran el principal método de legitimación de todo gobierno, “democrático” o no. Con ello hacían un gran favor al ofrecer una visión más realista que el disparate posterior del “fin de la historia”.
Hace poco el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación publicó un volumen colectivo gratuito que tuve el honor de coordinar: De boletas y sociedades. Sistemas electorales comparados y sus complejidades (https://www.te.gob.mx/editorial/obras/2448). El libro reúne diez plumas avezadas —la mayoría jóvenes— que escribimos con conocimiento de causa y suma actualidad acerca de los sistemas político-electorales de Bosnia y Herzegovina, Irak, las comunidades autónomas de España, India, Ecuador, Venezuela, Cuba, Túnez, Rusia y Alemania. Ahora que pasó el mareo del “fin de la historia”, el libro retoma la idea de las elecciones como denominador común de todo sistema político, incluso los más cerrados.
Además de coordinar, también escribí el capítulo sobre Rusia. Estudio su realidad política en el último cuarto de siglo, con atención a las pautas del sistema político-electoral y a las preferencias electorales en encuestas independientes. El texto sostiene que desde 2003 en Rusia hay un sistema autoritario, adjetivo que no implica un juicio de valor sino un nivel de análisis: un concepto de la ciencia política acuñado justamente por Juan Linz en 1964. Para Linz los sistemas autoritarios reúnen cuatro elementos: pluralismo limitado, liderazgo con límites vagos y predecibles, movilización esporádica y mentalidades distintivas en vez de una ideología rectora.
El pluralismo limitado implica elecciones, oposición y competencia, si bien encauzada (mas no controlada del todo) desde el gobierno. Si el partido oficial, Rusia Unida, depende de la figura de Vladímir Putin para conseguir votos y menos de su amplia representación, los partidos de oposición en la Duma y asambleas regionales (el Comunista, principal oposición; el Liberal Democrático, derecha ultraestatista, y Rusia Justa, satélite socialista-patriótico del régimen) ganan votos por su impulso al Estado de bienestar. Obviemos por ahora que la oposición gana gubernaturas y alcaldías, o que ha llegado a obtener más votos en conjunto que Rusia Unida (en 2003, 2011 o 2021). Soslayemos también que el gobierno no recurre a la movilización masiva, que Putin ejerce el poder con límites vagos o que su enorme popularidad es genuina (véase levada.ru/en/).
Me enfoco en las mentalidades distintivas del autoritarismo ruso. El principal discurso del gobierno, lo que “vende” al electorado (con éxito), es preservar la estabilidad política y económica de estos 25 años, siempre en contraste explícito con el caos de los años 1990. A eso llamo el preservadurismo ruso, alrededor del cual gira todo el sistema político. Más interesante: su éxito recae en la ambigüedad, y mientras más difusa mejor. No hay ideología en el “putinismo”, sino elementos inconexos yuxtapuestos en su retórica y sus prácticas, en un discurso que se nutre del estatismo y la nostalgia de los comunistas, la retórica de los nacionalistas y los principios de los liberales. Su paraguas “ideológico” implica posiciones conservadoras, pero también liberales y progresistas.
Entre las posiciones conservadoras hay un patriotismo militarista fuerte, guiños a la religión organizada (no sólo la cristiana ortodoxa, sino también musulmana, judía y budista, reflejo del multiconfesionalismo) o el rechazo a “valores occidentales”, como el repudio a la comunidad LGBTQ+, que surge más de la sociedad que del gobierno (con todo, contrario a lo que se cree, en Rusia la homosexualidad no es ilegal). Entre las posiciones liberales está el respeto a la propiedad privada, garantías individuales (salvo la imposición burocrática a la libertad de asociación, para evitar grietas en el edificio político estable) y la base político-institucional del liberalismo clásico. Ejemplos de posiciones progresistas son los sistemas de salud y educación públicos y gratuitos o el aborto libre, tema intocable pese a los aspavientos religiosos.
El éxito del putinismo es que las contradicciones en todo esto no se noten, amparado en el discurso de estabilidad. El problema es que Putin, centro de gravedad del sistema y garante de votos al partido oficial, no ha encontrado un sucesor que neutralice el conflicto en la elite. ¿Cuánto tiempo más se preservará el preservadurismo ruso?
*Miembro de la Unidad de Estudio y Reflexión de Rusia (Comexi). Internacionalista por El Colegio de México. Doctor en Historia Global por la Universidad de Turín y en Historia Rusa por la Higher School of Economics, San Petersburgo. Profesor en la Universidad Anáhuac México.
Participación en El Sol de México