Fecha Publicación: 19-08-2025
La pobreza y la desigualdad han disminuido de manera considerable en nuestro país. El autor no es otro que el expresidente Andrés Manuel López Obrador, quien cumplió a cabalidad su promesa de reducir la miseria entre los mexicanos. Y, sin embargo, de manera inevitable surge la gran pregunta: ¿es sostenible la reducción que vivimos, o es simplemente pasajera?
La promesa básica de la democracia mexicana consistía en aumentar los niveles de vida de su población, promesa que los gobiernos de la alternancia no cumplieron. Como bien comenta el economista Gerardo Esquivel, de 2006 a 2018 entraron en la pobreza 100 mil mexicanos. Al mes. La diferencia no puede ser mayor con el gobierno de López Obrador: de 2018 a 2024 salieron de la pobreza 200 mil mexicanos. Al mes. “¡Es la economía, estúpido!”, habría dicho el coordinador de la campaña presidencial de Bill Clinton, explicando en una cáscara de nuez su victoria electoral en 1994. Ese lema lo deberían de repetir, todas las mañanas, los políticos de la oposición que siguen sin entender por qué López Obrador dejó la presidencia con tan altos niveles de popularidad, y por qué sus partidos tienen tantos negativos, y Morena tantos positivos. A pesar de todo.
Sin embargo, resulta legítimo preguntarse si es sostenible la política de combate a la pobreza ante el panorama económico y político del país. En materia económica, aumentaron solo 0.6% los ingresos como porcentaje del PIB, en un país que recauda raquíticamente; la deuda neta del sector público se disparó, al pasar de 10.8 bdp en diciembre de 2018, a 17.5 bdp en diciembre de 2024; ha habido recortes brutales en rubros fundamentales, como seguridad (19% en 2025, en comparación con 2024), salud (12% en 2025), infraestructura, medio ambiente, y un largo etcétera; y crecimos solo 0.6% en promedio en el sexenio lópezobradorista. Pero en materia política, el panorama es más preocupante aún: la desaparición de organismos constitucionales autónomos en materia de telecomunicaciones y competencia económica; la supresión de los institutos de transparencia, tanto a nivel federal como estatal; la creciente militarización de la vida pública, en detrimento de la fortaleza del Estado; y la elección judicial, que termina con la independencia y profesionalización de uno de los Poderes de la Unión.
Sucedió anteriormente: gobiernos de izquierda latinoamericanos, con líderes carismáticos que fundaron sus movimientos políticos, llegaron al poder y disminuyeron efectivamente la pobreza. Pero sus agendas populares iban acompañadas de políticas autoritarias que terminaron socavando la certidumbre jurídica, la inversión, el crecimiento económico y el empleo. El cuento en Venezuela duró años ante los ingresos petroleros más grandes en la historia del país. En Bolivia, las políticas antipobreza acabaron mermadas ante una reforma judicial que, diez años después, solo ha demostrado ser un estrepitoso fracaso. Ni hablemos de la corrupción. Nosotros vamos comenzando.
Morena se inserta en la lógica populista de izquierda. Lo que nos ha relativamente salvado ha sido un Poder Judicial independiente que ya no es, la despetrolización de nuestra economía y las consecuentes restricciones fiscales, y un tratado comercial con América del Norte. Sin embargo, es imposible no notarlo: mientras más pasa el tiempo, México rima más con sus pares autocráticos latinoamericanos: en combate a la pobreza, y en muchas cosas más.
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