Fecha Publicación: 14-10-2025
Hubo un silencio ensordecedor de parte de la presidenta Sheinbaum cuando le preguntaron por la ganadora del Premio Nobel de la Paz, la venezolana María Corina Machado. Los silencios también hablan, y este era de esperarse. Ante las importantes semejanzas y ciertas diferencias entre la izquierda venezolana y la mexicana (o morenista, para ser más específico), vale la pena preguntarnos si México se está adentrando por los mismos caminos por los cuales se adentró Venezuela hace más de 25 años.
Muchos podrán racionalizar el silencio de la presidenta, aunque hay más de lo que se ve a simple vista. Los defensores podrán argumentar que su mutismo era necesario para no perder el control de su partido político ante las alas duras, con cierta razón. Sin embargo, no hay que perder de vista que todos los partidos políticos tienen un ADN que, en una medida importante, guían sus acciones. El ADN morenista ha demostrado ser profundamente autoritario, evidente en sus innumerables políticas al interior del país y en su admiración por las izquierdas más autocráticas del continente americano. La presidenta y el expresidente podrán tener sus diferencias, sin embargo, en caso de un rompimiento no habrá mayores distingos al momento de gobernar. Al menos no, en materia democrática.
“Las cosas nunca son tan malas que no puedan empeorar. Pueden.” Esas fueron las palabras de Ruth de Krivoy, reconocida economista venezolana, a un periodista del NYTimes que escribió un libro bajo ese mismo título. En Venezuela, el proceso de deterioro fue gradual, de la misma manera que las democracias mueren hoy en día de manera gradual: no con tanques en las calles, sino con destrucción institucional y colonización partidista. Hugo Chávez cooptó al Poder Judicial al aumentar el número de asientos en la Corte Suprema y poner a sus incondicionales; las elecciones judiciales en México han hecho lo propio. El difunto dictador venezolano militarizó el aparato burocrático, colocando a oficiales sin experiencia alguna en cargos civiles; una historia parecida ha sucedido en el país. Y Venezuela implementó programas sociales que disminuyeron la pobreza, aunque resultaron finalmente insostenibles; en México, los programas sociales han disminuido asimismo los niveles de pobreza, aunque mucho se le atribuye al aumento del salario mínimo. Su sostenibilidad se ve cada vez más insostenible.
Sin embargo, hay algunas diferencias notables. Venezuela gozó de los precios más altos de petróleo en su historia justo bajo el gobierno de Hugo Chávez; afortunadamente, México ya no tiene -ni tendrá- acceso a ese dinero fácil. Por otra parte, Chávez se apropió del Banco Central, dictando la política monetaria del país; con Morena, se ha mantenido la independencia del Banco de México, aunque han nombrado al mayor número de subgobernadores externos a la institución. Y, ciertamente, Venezuela no dependía del comercio internacional (sino del petróleo), y la economía mexicana depende crecientemente del TMEC y de un actor externo clave: Estados Unidos.
México no es Venezuela, pero ambos países riman. Y, conforme pasa el tiempo, riman más. Si no cambiamos de curso -que se antoja muy difícil- también acabaremos por tener serios problemas de gobernabilidad: solo basta ver la falta de recursos públicos ante las inundaciones, y la reforma que se avecina al INE.