Odette Ferrer
El 11 de noviembre, a un día de la inauguración oficial de la COP30 en Belém, Brasil, la ciudad que hoy se presenta como símbolo de la lucha climática vivió una escena que reveló sus contradicciones. Cientos de pueblos indígenas del Bajo Tapajós y movimientos sociales salieron a marchar por la salud, la vida y el clima. Al terminar la caminata, un grupo se dirigió hacia la Zona Azul, el área más restringida de la cumbre, donde se desarrollan las negociaciones oficiales entre paíse
Odette Ferrer
El 11 de noviembre, a un día de la inauguración oficial de la COP30 en Belém, Brasil, la ciudad que hoy se presenta como símbolo de la lucha climática vivió una escena que reveló sus contradicciones. Cientos de pueblos indígenas del Bajo Tapajós y movimientos sociales salieron a marchar por la salud, la vida y el clima. Al terminar la caminata, un grupo se dirigió hacia la Zona Azul, el área más restringida de la cumbre, donde se desarrollan las negociaciones oficiales entre países, y la ocuparon brevemente en protesta. Hubo tensión, empujones y objetos confiscados.
Para entender el contexto, la Zona Azul es la parte “oficial” de las COP: solo entran delegaciones acreditadas de gobiernos, organismos internacionales y medios registrados. A unos metros está la Zona Verde, abierta al público, donde hay conferencias, arte, exposiciones y espacios de diálogo ciudadano. En teoría, ambos mundos deberían conectarse. Pero lo que ocurrió ese día mostró la distancia que aún separa la diplomacia climática de la realidad.
Sigue leyendo aquí