Mitzi Pineda Las finanzas descentralizadas (De Fi en inglés), se han instalado en la conversación pública reciente junto con el bitcoin y la inteligencia artificial. Aunque ya no son novedad, aun siguen siendo un proyecto un tanto lejano para la mayoría de nosotros. En esencia, las De Fi se presentan como un ecosistema financiero cuya principal característica es que son los propios usuarios quienes intercambian activos y ofrecen los servicios financieros (transferencias, seguridad, mantenimien
Mitzi Pineda
Las finanzas descentralizadas (De Fi en inglés), se han instalado en la conversación pública reciente junto con el bitcoin y la inteligencia artificial. Aunque ya no son novedad, aun siguen siendo un proyecto un tanto lejano para la mayoría de nosotros.
En esencia, las De Fi se presentan como un ecosistema financiero cuya principal característica es que son los propios usuarios quienes intercambian activos y ofrecen los servicios financieros (transferencias, seguridad, mantenimiento de la plataforma y servidores). No es un ambiente fácil de comprender, pues realmente parten de un ecosistema además de ajeno, fuera de las reglas y componentes tradicionales que conocemos: como la banca o las leyes.
Esta arquitectura trae ventajas evidentes. La primera es soberanía del usuario: al no existir una autoridad central, la custodia y el control de los activos recaen en quien los posee. La segunda es acceso: la participación no depende de un historial crediticio o de pertenecer al sistema bancario formal. Es decir, la puerta está abierta.
Pero aquí aparece el primer espejismo: abrir la puerta no equivale a remover barreras. Si las barreras a la entrada son conocimientos técnicos, exposición a alta volatilidad, riesgos de ciberseguridad y la posibilidad de perderlo todo por un error de custodia, entonces hemos trasladado a los individuos la carga que antes asumían los intermediarios regulados (soporte, seguros, cumplimiento normativo). La promesa de inclusión puede volverse una trampa por otras vías.
Aparte de los pro, también hay contras: no existe autoridad que pueda mediar entre usuarios. Sin una entidad que medie disputas o repare daños, los fraudes y hackeos son parte del riesgo sistémico del sector. A esto se suma una brecha de adopción: el universo de usuarios capaces de navegar llaves privadas, wallets, firmas y protocolos es menor, y más limitado que el de quienes “simplemente” usan internet o banca móvil.
Conviene ser precisos sobre el estado actual de uso. El caso de uso dominante de sigue siendo el intercambio de criptoactivos, con bitcoin y Ethereum como referentes. La utilidad social y la rentabilidad sostenible de estas aplicaciones dependerán, en buena medida, de que crezca una participación informada y de que los riesgos sean gestionados y entendidos con amplia participación y claridad.
Hay un ángulo que no puede perderse de vista: la inclusión con perspectiva de género. Si las De Fi quieren cumplir su promesa, debe cerrar las brechas que reproduce el mundo físico: acceso a formación técnica, redes, financiamiento y liderazgo. En ese sentido, vale mirar iniciativas que actúan donde más duele: SheFi, por ejemplo, abre su Cohort 16 para formar y acompañar a mujeres jóvenes en cripto y DeFi. No es filantropía; es estrategia. Un ecosistema con más diversidad es un ecosistema más seguro, más intuitivo y más robusto.
Las DeFi no son la panacea y distan mucho de abrir el sector financiero tan ampliamente como lo promete. Me parece que es un laboratorio con innovaciones valiosas y riesgos reales. Si queremos que más personas se integren al movimiento, es sumamente importante ampliar la alfabetización digital y financiera que no deje a nadie atrás. Solo entonces la puerta abierta conducirá a un sistema verdaderamente más amplio no a un pasillo de espejismos.
Participación en El Economista
Andrés Rozental, Peter H. Smith, Rafael Hernández de Castro, y Andrew Selee Descarga el documento Los_Estados_Unidos_y_Mexico_-_Construyendo_una_Asociacion_EstrategicaLos_Estados_Unidos_y_Mexico_-_Construyendo_una_Asociacion_Estrategica.pdf548 KBdownload-circle Autor: Alan Alejandro Ruiz
Andrés Rozental, Peter H. Smith, Rafael Hernández de Castro, y Andrew Selee
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Autor: Alan Alejandro Ruiz
Eduardo Tzili-Apango En un reciente artículo titulado “Las cuatro iniciativas globales constituyen un importante bien público internacional”, el embajador de China en México, Chen Daojiang, recordó que la cooperación internacional no es una opción moral, sino una necesidad práctica –algo que el mundo parece haber olvidado. En tiempos de crisis climática, inequidades económicas y tensiones geopolíticas, el destino común de la humanidad depende cada vez más de nuestra capacidad para producir y p
Eduardo Tzili-Apango
En un reciente artículo titulado “Las cuatro iniciativas globales constituyen un importante bien público internacional”, el embajador de China en México, Chen Daojiang, recordó que la cooperación internacional no es una opción moral, sino una necesidad práctica –algo que el mundo parece haber olvidado.
En tiempos de crisis climática, inequidades económicas y tensiones geopolíticas, el destino común de la humanidad depende cada vez más de nuestra capacidad para producir y proteger lo que los economistas e internacionalistas denominamos como “bienes públicos globales”.
¿Qué son los bienes públicos globales (BPG)? En términos simples, son aquellos bienes, procesos o dinámicas que benefician a todas y todos. A diferencia de los bienes privados –como una casa o un automóvil–, los bienes públicos globales son no excluyentes (nadie puede ser dejado fuera de su beneficio), no rivales (el hecho de que alguien los use no reduce su disponibilidad para otros), globales en su alcance (trascienden fronteras nacionales) e intergeneracionales (sus efectos se extienden al futuro).
El aire limpio, la estabilidad climática, la paz internacional, la salud pública y el conocimiento científico son ejemplos claros. Así, los BPG son bienes que, si se pierden o deterioran, afectan a todos; y si se fortalecen, todos ganan. Sin embargo, su naturaleza colectiva implica un desafío, pues nadie tiene el incentivo exclusivo de financiarlos o protegerlos, porque los beneficios se reparten globalmente. De ahí surge la conocida “tragedia de los comunes”, donde la falta de cooperación lleva al deterioro de lo que es del público, global en este caso.
Frente a este dilema, la comunidad internacional necesita Estados capaces y dispuestos a liderar la provisión de BPG. En las últimas décadas, China ha asumido un papel cada vez más activo en esta tarea. Las cuatro iniciativas promovidas por el presidente Xi Jinping –Iniciativa para el Desarrollo Global, Iniciativa para la Seguridad Global, Iniciativa para la Civilización Global, e Iniciativa para la Gobernanza Global (IGG)– son ejemplos de cómo un país puede traducir su poder económico y diplomático en propuestas concretas de cooperación para el bien común.
Estas iniciativas no sólo buscan promover la paz o la prosperidad, sino también ofrecer una alternativa al enfoque competitivo que domina la política internacional. La lógica de estas se basa en el reconocimiento de que los grandes desafíos del siglo XXI –desde el cambio climático hasta la regulación tecnológica– no pueden resolverse de manera unilateral. En este sentido, China plantea una visión de gobernanza global centrada en la equidad, la inclusión y la interdependencia, donde el desarrollo y la seguridad no son privilegios nacionales, sino derechos compartidos.
Por supuesto, esta visión genera debates y tensiones. Algunos países interpretan la expansión del papel de China como una estrategia de influencia, mientras que otros ven en ella una oportunidad para diversificar las fuentes de liderazgo mundial. Lo cierto es que, en un sistema internacional marcado por la fragmentación y el retorno del nacionalismo, cualquier actor que impulse la cooperación merece ser escuchado.
Así, hablar de bienes públicos globales es hablar del futuro mismo del planeta. Si el mundo logra transitar de la competencia hacia la corresponsabilidad, si la innovación tecnológica y la economía se orientan a sostener la vida y no sólo el lucro, habremos dado un paso decisivo hacia un orden más estable y humano.
En el fondo, el mensaje del embajador Chen es un recordatorio de que la humanidad aún tiene la capacidad de construir bienes comunes universales. Pero, para hacerlo, necesitamos más diálogo, más cooperación y menos desconfianza. Los bienes públicos globales no se heredan ni se producen solos; se construyen, se cuidan y se comparten.
Participación en El Sol de México